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VÍA CRUCIS EN CHACAS 2025: EL PUEBLO CAMINÓ CON CRISTO

“El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.” (Lucas 9,23)

El corazón de Chacas volvió a latir con fuerza previa a la Semana Santa 2025. En lo alto del Santuario de Mama Ashu, bajo el velo negro que cubría el histórico retablo, la fe del pueblo se hizo visible, viva y palpitante.

Desde las primeras horas del día, como verdaderos peregrinos del alma, los fieles llegaron al templo no solo con los pies, sino con los recuerdos, las penas y las súplicas. Niñas vestidas de ángeles, mujeres cubiertas con mantos, soldados romanos y un Cristo joven, sereno y doliente, preparaban el camino del Vía Crucis viviente.

“Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores… fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por nuestras iniquidades.” (Isaías 53, 4-5)

Las estaciones se sucedieron como un evangelio en movimiento, como un retablo popular tallado por la memoria colectiva. Cada paso, cada caída, cada golpe, era una oración encarnada. El pueblo no asistía como espectador, sino como parte del cuerpo doliente de Cristo.

La Cruz —pesada como nuestras culpas, luminosa como nuestra esperanza— subió por las gradas del santuario. Y allí, donde la Virgen de Asunción, Mama Ashu, contempla a su pueblo desde su trono de ternura, el drama de la Pasión llegó a su culmen. El cielo gris pareció acompañar con su propio lamento cuando el Cristo fue crucificado entre dos jóvenes. Solo el cántico quebrado de una anciana y el susurro de las oraciones rompieron el silencio sagrado del momento.

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” (Lucas 23,46)

Pero el dolor no fue derrota. Fue entrega. Fue fe. Fue amor. Como cada año, la comunidad de Chacas no representó el Vía Crucis: lo revivió. Lo cargó sobre sus hombros y lo ofreció, con humildad, como plegaria comunitaria.

Y Mama Ashu, nuestra Madre del Cielo, pareció abrazar con su manto invisible a cada hijo que lloraba, que oraba, que agradecía.

En medio de abrazos, lágrimas y miradas que no necesitaban palabras, quedó sembrada una certeza en los corazones:
mientras haya quien camine con Cristo, este pueblo nunca caminará solo.

“Si hemos muerto con Él, también viviremos con Él.” (2 Timoteo 2,11)

Fotos: Julio Cesar Villanueva

Redacción: MMH

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